MIQUEL MORELL / Instructor de vuelo
Es de todos sabido que el factor humano es, y seguirá siendo, el elemento más delicado de la cada vez más compleja ecuación de la seguridad de un vuelo. Delicado desde el punto de vista que, por más conocimientos que un piloto haya adquirido, por más procedimientos que haya practicado miles de veces, en ocasiones, todo depende de un instante. Una ínfima porción de tiempo, a veces ni un segundo, en el que se debe aplicar el instinto pero sobre todo, el sentido común. A veces, en pro de la seguridad de un vuelo, se deben contravenir las normas. O las indicaciones de control, que es el caso que me ha llevado a escribir estas líneas.
Resulta que, casualidades de la vida, el pasado jueves día 12 había un incendio forestal unas millas al oeste de Montblanc, Tarragona, el mismo día en que yo estaba haciendo tomas y despegues en el aeropuerto de Reus. Y resulta, casualidades de la vida también, que dos de los hidroaviones de extinción de incendios decidieron, sin duda acertadamente, que el mejor sitio para rellenar de agua sus depósitos era el puerto de Tarragona. Si uno traza una línea recta desde Montblanc hasta el puerto de Tarragona, verá que, casualidades de la vida, la línea recta atraviesa el circuito de tráfico del aeropuerto de Reus. Y cuando uno acaba de cargar 3000 litros de agua, lógicamente, pretende seguir dicha línea recta para reducir riesgos y tiempos. Lógicamente también, el régimen de ascenso tras tan repentino aumento de peso en un caluroso día de verano llevó a que los hidroaviones estuviera claro que coincidirían en el mismo lugar y a la misma altura que mi vuelo.
Una situación difícil con una decisión acertada
Cuando dos aviones se acercan a una velocidad relativa de más de 400 km/h, el tiempo para reaccionar es mínimo. Los cuatro pilotos involucrados en esta situación (dos en mi vuelo y uno en cada hidroavión) estábamos perfectamente al tanto de lo que iba a pasar, y ya estábamos planeando e incluso ejecutando acciones correctoras: los hidroaviones decidieron no subir más, reservando esa energía potencial perdida, transformándola en unos nudos más de velocidad, y yo me dispuse a prolongar mi tramo de viento en cola para no coincidir con ellos en el tramo de final.
Y entonces, el controlador, siguiendo los procedimientos correctamente, y sin duda con la finalidad de garantizar la seguridad de todos los aviones, instruyó a los hidroaviones para ajustarse a mi vuelo. Al piloto del primer hidroavión sólo le dio tiempo para recordarle al controlador que acababan de repostar agua en el puerto y que estaban en una misión de extinción de incendios. A mi me dio el tiempo justo para decirle que iba a prolongar viento en cola y que tenía los tráficos a la vista. Ya está. No hubo tiempo de más. Los hidroaviones ya habían pasado por detrás y debajo de mí. De repente tres tráficos habían desobedecido a control. Y no pasó nada. Lo mejor de todo es precisamente eso: para que no pasara nada, tuvimos que desobedecer, y aplicar el sentido común.
Casualidades de la vida
Esa tarde, un amigo mío piloto de hidroaviones publicaba en Facebook un vídeo con cámara fija de cómo se cargaba agua en el puerto de Tarragona. ¡El piloto del hidroavión era él! Estuvimos intercambiando opiniones y comentando la jugada. Coincidimos en que lo que hicimos era de sentido común y que de todo se aprende.
Pero, por supuesto, el sentido común y la capacidad de proporcionar una respuesta instantánea correcta los proporcionan los conocimientos que un piloto ha adquirido y la práctica de los procedimientos que haya acumulado. Al final el círculo se cierra.