Era un caluroso día de principios de septiembre, lo recordaré toda mi vida. Estaba nervioso y a la vez emocionado, tenso, cautivado y por qué os voy a engañar, también algo asustado.
Cuantas emociones, cuantos sentimientos y sensaciones diferentes pasaban por mi cabeza en aquellos instantes. Recuerdo aquella ilusión y esas ganas que tenía de descubrir la sensación de alzar el vuelo por primera vez estando a los mandos de una aeronave. De algún modo sabía que algo importante estaba a punto de suceder y no quería perdérmelo de ningún modo.
Subimos al avión junto a mi instructor; después de rodar hacia la cabecera de la pista 25, comprobar parámetros y alinearnos en pista preparando el despegue, finalmente nos dieron la autorización para despegar. Mi corazón latía con fuerza, mis músculos estaban tensos y mi cabeza, concentrada en seguir el procedimiento para efectuar la maniobra de despegue no me dejaba quitar los ojos de la pista y los instrumentos de vuelo.
Desde el instante en el cual las ruedas dejaron de tocar el suelo lo supe; supe que esto era lo que yo quería, mi sueño, mi pasión, mi ilusión y mi mundo. Iba a ser piloto. Nunca podré olvidar aquel momento ya que supuso un antes y un después a mi carrera, el hecho de poder volar pasó de ser un sueño a ser una realidad. Una realidad que no cambiaría por nada del mundo y que ahora, casi tres años más tarde, a punto de acabar la carrera y obtener la licencia de piloto comercial sigo sin olvidar y sigo persiguiendo mi sueño con las mismas ganas e ilusión.
Mi consejo es que si realmente deseas algo debes estar dispuesto a luchar por ello, esforzarte y dar lo mejor de ti hasta convertirlo en realidad ya que con tus ganas y tu esfuerzo eres capaz de conseguir todo lo que te propongas.
Persigue tus sueños, y si empiezan a volar, vuela tú también hasta alcanzarlos.
Albert Figueras, alumno de la 11a promoción CESDA